La leyenda de Kairasa
(la diosa violada)
Avelino Cox
Después de ser violada la venerada Kairasa por los indignos sobrinos del dios Yahluk; ha llorado su infortunio y ha ocultado su vergüenza en una cueva, perdió toda la alegría de vivir y porque todo ha cambiado, ya nada fue igual; luego, fue la transformación de Yahluk y sus sobrinos en cerros; la bella Kairasa intuía que algo parecido le iba ocurrir a ella, lo sabía pero también tenía que abandonar la tierra sagrada del río Waspuk.
La bella Kairasa al quedarse sola y triste, con ese dolor sin nombre de una deidad, como gemido de montañas, envejeció prematuramente y se despidió para siempre de sus montañas y ríos, de sus cascadas, de cada palmo de este territorio, entre el sagrado río Yari (Coco); pensó en el amor paternal de Niki-Niki- y camino hacia río arriba, paso por el gran remolino Namahka, un sitio de grandes misterios… Y siguió firme hacia delante.
Paso por lugares muy bellos, sin embargo en su ánimo no había nada, la única ilusión era la muerte, porque como deidad comprendía que todo germen de idea colocado en el alma deviene de una concepción, el agua del río Wangky simboliza el espejo, gracias al cual la imagen mantenida en su pensamiento es reflejadas hacia su alma, formando una imagen central de aquello que deseaba que perpetuara por toda la eternidad.
El sol había desaparecido, tras el horizonte, en ese instante el cielo entero estallaba en un crepúsculo magnifico, precursor de una noche apacible; sin embargo, en breves instantes cambio todo el finamente, noche de vientos y tempestades, por momentos la atmosfera entera pareció sobre el rio, ondulando, inmediatamente reinó una especie de paz y se oyeron voces cantando, el canto continuo hasta el final- pensó en todo lo que ha sucedido, y ya habían sido castigado los culpables.
Al día siguiente todo estaba decidido, como el mediodía, los rayos penetrantes de esta luz, de esta belleza que ya no tenía pureza; sin embargo, los rayos que envía “Wan Aisa”; atraviesa las almas y los corazones receptivos. Pasó el día, y el sol acababa de ponerse el dulce reflejo de las luces que se desvanecían y coloreaban todo el paisaje, exótica belleza difícil de describir. No había ni un soplo de aire, ningún ruido turbaba la tranquilidad, todo estaba en calma y en silencio.
− ¿Y Kairasa? se preguntó sobre las profundidades de los raudales, se recostó sobre la arena fina; luego, se quedó quieta cuando escuchó su nombre. Con esta acción dio lugar a que exista el reposo eterno y que la vida naciera como la aurora de la creación. Hoy Kairasa es una gran roca, convertida así al paso del sagrado río Wangky, hoy conocido simplemente como Kairasa, porque allí reposa su espíritu y en noches de inundación se escuchan sus quejidos lastimero que traspasan las montañas, todos los que viajan entre raudales, forzosamente tiene que escuchar el lamento de ella y es el único camino y se tiene que pasar por allí y con mucha veneración.
Duhindu o swindu (El duende)
Avelino Cox
El duende es el amo de los venados, vive en los bosques y en las cuevas de las grandes montañas, cuida de los venados, tapir, guardatinaja, armadillo, jabalí, saíno, es un personaje que gusta enamorase de las mujeres y hombres, a quienes secuestran para vivir con ella o él; muchas personas dieron por desaparecido por los fechorías de los duendes, desde siempre, ante ellos solo los Sukias tienen potestad. Las mujeres y hombres Sukias solos con sus canciones pueden rescatar a los secuestrados.
Asang, Waspam, Río Coco, RACCN. Foto: Víctor del Cid.
Canción de juventud
Víctor del Cid
Víctor Manuel del Cid Lucero. Guatemala, 1955. Reside desde 1981 en Nicaragua. Antropologo social. Profesor e investigador universitario. Ha ejercido la docencia en la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense-URACCAN; Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua - UNAN-Managua. Actualmente labora como asesor para asuntos indígenas y afrodescendientes en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Nicaragua.
A Fredy Valiente
Cual faquir, sin pestañear ante el tul y el destino
Juventud, divino tesoro, ¡Ya te vas para no volver! Así empieza el poema Canción de Otoño en Primavera que pertenece a la antología Cantos de vida y esperanza (1905), uno de los cantos emblemáticos del Príncipe de las Letras Castellanas, el nicaragüense Rubén Darío. Yo fui un joven feliz que bebió del manantial de Arte y Cultura de la Revolución Sandinista en la década de los ochenta del siglo veinte. Mis años adolescentes en Guatemala fueron dedicados al movimiento estudiantil, la oratoria y la lectura de aquellos libros clásicos que marcó una generación: Así se templó el acero, del ucraniano Nikolai Ostrovski; La Madre, de Máximo Gorki, Alexander Pushkin y Boris Pasternak quien es conocido sobre todo por su monumental novela Doctor Zhivago. Estos libros provenientes de editoriales soviéticas eran peligrosos, subversivos, perseguidos por las huestes represivas, que circulaban clandestinamente, camuflados con pastas de otros libros inocentes. De esta represión no se libró ni el cuento de la Caperucita Roja, por llevar semejante color. Me empapé de la narrativa del realismo socialista y de manera más dedicada estudié las obras completas de la socióloga chilena Marta Harnecker; esto fue complementado por el Libro Rojo de Mao, el Estado y la Revolución de Lenin, el Diario de Bolivia del Ché y por supuesto, la poesía de Otto René Castillo, Roque Dalton, Roberto Obregón, Leonel Rugama; los más altos cantos, el Canto General de Pablo Neruda y Las Venas Abiertas de la América Latina de Eduardo Galeano, los manuscritos de las novelas de Mario Roberto Morales entre ellas: El ángel de la retaguardia. Con semejante acumulación de pensamiento, convencido de que entre el capital y el trabajo, no hay reconciliación, no tuve más alternativa que organizarme para cambiar la eterna tiranía en la tierra del maíz.
Por azares de la vida, llegué a Nicaragua, en plena efervescencia insurreccional aún. Cuándo pisé suelo nica, lloré de emoción, evocando la imagen del General Sandino, Carlos Fonseca Amador y de mi amado Rubén Darío. Me asombraba el entusiasmo de ver a la gente organizada libremente en sindicatos y ligas campesinas; ¡Fabuloso!. Después de la revolución cubana de 1959, la sandinista era la segunda revolución triunfante y yo estaba allí, viviendo la construcción socialista. Escuchaba la formidable oratoria del Comandante Tomás Borge Martínez, los relatos de la audacia en la estrategia de la insurrección popular revolucionaria de los comandantes Daniel Ortega y Humberto Ortega. Camilo el hermano menor de ellos cayó en los Sabogales, Masaya, el pueblo insurreccional de las bombas de mecate, la misión emboscar a la Guardia Nacional del dictador Somoza, empantanar el gallillo de los sedientos de sangre. Las tesis del Comandante en jefe de las FAR, Pablo Monsanto, habían dado lugar a la victoria en la tierra de leche y miel.
En aquella década arribó a Managua la chilena Marta Harnecker y entrevistó a Humberto Ortega:
Sin la unidad monolítica del sandinismo: sin una estrategia insurreccional apoyada en las masas; sin una debida coordinación entre los frentes guerrilleros y los frentes militares de las ciudades; sin una comunicación inalámbrica eficaz para coordinar todos los frentes; sin una radio para orientar al movimiento de masas; sin recursos técnico-militares de contundencia; sin una retaguardia sólida para introducir estos recursos, para preparar a los hombres, para entrenarlos; sin actividad previa de triunfos y reveses, como se dio a partir de octubre de 1977 en Nicaragua, en donde las masas fueron sometidas a la más bárbara represión pero, a la vez, a la más grande escuela de aprendizaje; sin una política de alianzas hábil, inteligente y madura, no habría habido triunfo revolucionario.
Tuve un exilio privilegiado. En esos años pude estrechar la mano de Luis Cardoza y Aragón, de Manuel Galich, Franz Galich me llevó a vivir a su casa; conocí a Julio Cortázar, a Eduardo Galeano, Miguel Mármol el legendario comunista salvadoreño, Gabriel García Márquez, el poeta ruso Evgueni Evtuchenko, de casi 76 años, gran amigo de Pablo Neruda, sus textos han sido musicalizados por grandes compositores, como la Sinfonía Nº 13 “Babi Yar”, que presenta poemas orquestados por Shostakovich en 1962 para la filarmónica de Moscú. En esta obra, que fue un gran acontecimiento a su creación, Evtuchenko denuncia las masacres de judíos de Ucrania durante la ocupación nazi. En el Teatro “Rubén Darío” se lució, porque se lució Theodorakis con el Canto General de Neruda. Voz de oso, temblor de cataclismos, batuta con vuelo de gaviotas despegando en revuelo de olas, mar desafiante.
Al amado poeta ruso Evtuchenko, por su personalidad exuberante, Neruda lo califica poéticamente de “loco” y “clown”, cuando le escribe y dedica el poema XIV de su obra póstuma “Elegía” (Obras completas, III), -cuyo título original era “Elegía de Moscú”-, en el que habla de la amistad que les uniera y relata también de su combate por la paz y la justicia; y, otros grandes escritores contemporáneos entre ellos el más trascendental del siglo XX en la poética de Norteamérica: Allen Ginsberg, y me lo presentó me ha comentado, la amada poeta Vidaluz Meneses Robleto, quien ocupaba el puesto de Viceministra de Cultura, a la cabeza Ernesto Cardenal. En el Teatro Popular “Rubén Darío” escuché la monumental voz de Mercedes Sosa, al Quilapallún, el Intiilimani, el Kin Lalat, los Guaraguao y otros grupos de la Nueva Trova. Lo máximo me sigue relatando, fue cuando el Concierto por la Paz de 1983 y conocí a Ulrike Bárbara Gandras, oriunda de Töbingen, a orillas del Neckar en Alemania; aunque ustedes no me crean, allí junto a una generación de chavalas y chavalos, la generación de los 80, escuchamos a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Gabino Palomares, Daniel Viglieti, Ali Primera, Amparo Ochoa, el Grupo Taller, Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, y otras voces. Las noches de Managua eran propicias para asistir a las puestas en escena de teatristas salvadoreños, guatemaltecos, mexicanos, la exuberancia del drama japonés; conciertos, marchas antiimperialistas, vigilias, trabajo voluntario rojinegros. Días y noches de bohemia revolucionaria.
Managua fue punto de encuentro de los jóvenes del movimiento revolucionario de América Latina, aquí los del Movimiento Revolucionario de Izquierda (MIR) de Chile con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, los “Tupac Amaru” de Uruguay, los del Frente “Farabundo Martí” para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, el movimiento insurgente guatemalteco, el Sendero Luminoso, MRTA en el Perú; en Colombia: FARC y Ejército de Liberación Nacional, Movimiento 19 de abril. No necesitaba mucho para mi manutención. Los libros eran baratos, la cerveza y el ron también. Había abundante alimento espiritual y espirituoso. Me conseguí un trabajo en una importante institución cultural y tenía asegurado mi paquete de Azúcar, Frijol y Arroz, el AFA famoso; un automóvil Lada Made in Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS, Estado federal marxista-leninista que existió en Eurasia entre 1922 y 1991), un guardaespaldas entrenado en Cuba era mi chófer y protector contra cualquier amenaza. Mujeres de Alemania, Grecia, Italia, Canadá, Rusia, Suiza, Francia, algunas de ellas lo marcaron con los candentes hierros que tatúan alma y espíritu, mientras la lluvia leía acrósticos en los techos. Luego, asistir a las conferencias de Vidaluz Meneses, José Coronel Urtecho, Alvaro Urtecho, Iván Uriarte, Carlos Martínez Rivas, Pablo Antonio Cuadra, Isolda Rodríguez y a escuchar la culta poesía de Michelle Najlis y Ana Ilce Gómez ¡Quién puede pedir más en la plenitud de la juventud pensaba en su interior el poeta guatemalteco!
−Pero, siempre hay un pero, pequeños inconvenientes de la vida. Un buen día, me dispuse a gastar mi salario antes de que se devaluara. Al final de la tarde sufrí un ataque de euforia, canté a pleno pulmón: “Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…” y eché a caminar sin rumbo fijo. Hasta que imbuido del espíritu de fraternidad me fijé en un grupo de bebedores reunidos bajo la amplia sombra de un chilamate, cumplí con la obligación de invitar un par de botellitas, me alistaron una hamaca y me quedé a dormir, desayunamos un sopa cocinada en una fogata improvisada, almorzamos, cenamos y me quedé experimentando ese estado idílico de concordia, hasta que me percaté que había pasado una semana. Sin dinero, no tan limpio, busqué la cercana casa de un compatriota que necesitó un buen rato para reconocerme porque estaba inflamado, me invitó a beber un vaso enorme de fresco de guayaba y me llevó al Hospital “Lenin Fonseca” donde me tendieron en una camilla y me pusieron un litro de suero; luego otro y otro, y me tuvieron que amarrar porque en cada sobresalto al ver los diablos azules me desangraba al tirar de la aguja ensartada en las cavidades de mi vena. Cuando salí del hospital los doctores me fueron a celebrar y el director ha dicho: realmente estamos ante un Doctor Honoris Causa. Llegó a traerme en su vehículo mi amicísimo Mario Roberto Morales, me recibió con una sonrisita, no me amonestó para nada.
−Cuándo pude caminar, me arropé elegantemente de ropa blanca, porque amo infinitamente los lirios y el olor de estrellas que se desprende de la fragancia del azahar, zapatos negros y pulcros; entré a la oficina, saludé cordialmente a todas las compañeras y compañeros, y antes de que pudieran preguntarme algo, les dije: −Ya me voy, solo vine a ver si ya estaba lista mi liquidación. Entonces, la más linda de las compañeras, me dijo sonriendo dulcemente: pasá por la caja, ya está lista. Sólo fue un contratiempo, al poquito tiempo conseguí un puesto como maestro en una escuela rural, donde tuve la oportunidad histórica de vivir parte del proceso de la reforma agraria, la tierra en manos de quien la trabaja.
Niña afrodescendiente, rallando coco, Lagoon Pearls, RACCS.
Foto: Archivo URACCAN.
El campamento dormido
Víctor del Cid
En testimonio de amistad, a Isaías Pantin.
En los años 80 trabajé como tractorista en el mantenimiento de la carretera de terracería que une Bilwi con Waspam, en la Región Autónoma del Caribe Norte. Pasamos varios meses en un campamento cerca del entronque que va hacía la comunidad mayangna de Awas Tingni. La jornada era dura, pero las hermanas cocineras miskitas nos cuidaban bien. No faltaba el cafecito con tortilla de harina para acompañar el gallo pinto; almuerzos sustanciosos con yuca, arroz y carne, cenas que repetían el menú de la mañana. De vez en cuando nos hacían Wabul de plátano verde o maduro. ¡Comíamos como miskitus! El plato que más nos gustaba era el Auhbi piakan, que se prepara con carne de monte y bastimentos. Se pone a cocer la carne con agua suficiente para hacer un caldo, y luego se van agregando la yuca primero, después los plátanos y bananos. Lo que más se come en las comunidades miskitas y mayangnas es la carne de venado (Sula), cusuco (Tahira), garrobo (Kakamuk), chancho de monte (Wari).
En la noche poníamos las hamacas, encendíamos los radios a transistores y descansábamos para continuar la faena del día siguiente. En esos años me fue bien, fui criado en Krasa, río Coco arriba, y desde mi niñez me guiaron para vivir de acuerdo a nuestra cultura miskitu y la doctrina de la Iglesia Morava. Me hubiera gustado ser Pasin, como les decimos a los pastores o reverendos, pero me casé joven con la Rufina. Aprendí de mis mayores que para vivir en paz tenés que caminar con respeto y honestidad. Esas son las dos virtudes más importantes de mi pueblo miskitu. Por eso el capataz me apreciaba y confiaba en mí. Cuando había que ir a hacer un mandado a Bilwi siempre me enviaba. Recuerdo que cuando se arruinó una máquina, me dijo apresurado: −Isaías, ándate rápido a Puerto Cabezas y traés el repuesto que te van a dar en el plantel. Yo me fui casi volando porque tenía que regresar en la tarde.
Dicho y hecho, fui y volví. Allí me pasó esta historia. Hombre, resulta que cuando llegué al campamento todo era silencio. Ni un ruido, nada. Me asusté man; pero recé pidiendo protección, y no me vas a creer, las cocineras dormidas, los operarios de máquinas dormidos, busqué al capataz en su champa y estaba roncando. Con cuidado los fui despertando, eran las cuatro de la tarde y estaban dormidos desde el mediodía. Nadie sabía qué había pasado, decían que seguramente fue el Unta Dukia, el dueño del monte que estaba disgustado por algo. Yo me quedé con la duda y durante una semana estuve tratando de hallar una explicación. Se me ocurrió preguntar qué habían almorzado y me contaron que las cocineras habían preparado un Luk Luk, un cocido de carne de monte, aderezado con Sikakaira o albahaca de monte, acompañado con arroz recién pilado y banano verde, con chile cabro. La carne de monte la llegaron a vender unos cazadores mayangnas de la comunidad de Awas Tingni. Hombre, para salir de la duda caminé a Awas Tingni, averigüé quienes eran los cazadores y me puse a platicar con ellos, les pregunté si todavía tenían carne de Warí de la que habían llevado al campamento. Ya en confianza, cómo eran moravos como yo, me dijeron la verdad: no era carne de chancho de monte, era de mono perezoso. Con razón se durmieron, si se les metió en la sangre el sueño profundo. Esto no se me olvida man.
Los buzos paralíticos
¿Síndrome de
descompresión?
Las voces mágicas te protegen;
busqué tu memoria para robar tu retrato
Fredy Valiente1
El buzo a quien arribaban a la playa se trataba de un indígena miskitu; me ofrecí a cargar aquella camilla, donde yacía el cuerpo moribundo, aquella tarde cuando ya el crepúsculo levantaba sus adioses. Me comentaba Raúl Davis en Bilwi, Puerto Cabezas, Costa Caribe Norte de Nicaragua, que con el enfrentamiento militar en la década del 80 en ese contexto sociocultural se provocó la división de la familia nicaragüense, porque desde el territorio de la Moskitia y en toda la Costa Caribe unos fueron secuestrados hacia el territorio hondureño por las bandas de los contrarrevolucionarios financiados por el gobierno de los gringos, y otras familias reubicadas hacia Nicaragua por el Ejército Popular Sandinista, todo ello sin que prevaleciera el derecho al consentimiento libre, previo e informado. Lejos, muy lejos de su río Coco o Wangki Awala, río que canta en sus venas subterráneas el fluir entre las fronteras de dos repúblicas hermanas: Honduras y Nicaragua. Allá en la Moskitia donde terminan los raudales y cada navegante de balsas o pipantes trasuda la historia de un movimiento continental.
A él se lo llevaron hacia Honduras en su infancia, su destino como a todos los miskitus, thuakas, mayangnas y creoles: o se embarcaba para enviar la ‘chilca’ o el dinero, o bien se atrevían a bucear en la pesca de langostas en el profundo Océano del Atlántico de los siete colores aquamarina. Toda esta labor emprendían quienes consiguieron escapar al secuestro de la contrarrevolución. Aquél día en casa del buzo indígena habían quedado con esperanzas sus pequeños hijos con una hambruna como de focas en glaciares inhóspitos. Las empresas de langostas pagan poco, violan los tratados internacionales en cuanto al número máximo de veces que un buzo debe adentrarse a las profundidades del mar y se incumple el tratado de la OIT Convenio 169 y consiguientemente con los míseros salarios; ya lisiados los buzos indígenas, y son centenares de casos y también acuso que nos les pagan sus derechos de indemnización y hasta muchos de sus capitanes ‘olvidaron que gracias a ellos fornican el cuero de una mujer al llegar a cada puerto’. Violan los tratados según lo estipula la Organización Internacional del trabajo en el Convenio 169 relativo a los derechos de los pueblos indígenas. Swift, Jonathan: "El poder arbitrario constituye una tentación natural para un príncipe, como el vino o las mujeres para un hombre joven, o el soborno para un juez, o la avaricia para el viejo, o la vanidad para la mujer." Este enunciado del autor de la famosa novela Los viajes de Gulliver, lo consideraría en cada actuidad el poeta.
−Ya es tradición entre ellos, una leyenda que se trasmite de generación en generación, se trata del Liwan mairin, el sueño de la mujer sirena. El mejor buzo en sus años mozos fue su abuelo, quien fue el primero en contarle aquella historia que debía saber.
Clarence, descendiente de Roberto Henry Clarence, ex jefe de los indígenas miskitus, bajó al territorio del “Buitre”, a 130 pies de profundidad, pero era muy tarde, ya habían atrapado a todos los habitantes de aquel fondo. Alcanzó a usar las últimas onzas del tanque de oxígeno en recolectar algunos corales, y confiado como siempre en sus pulmones se lanzó al ascenso con el tanque vacío2.
Allá en la superficie una luz tenue se licuaba, repentinamente una imagen de profunda materia se le agolpó a su cuerpo. Su corazón palpitaba al sentir en sus sienes una estrella devorante de fuego; luego fue subsumido en un trance, suave y nebuloso de puro absoluto. Soñaba que besaba sus cálidas manos, pero a su vez que soñaba se sentía despierto; ella, la mujer era una sirena y con el cabello largo y negro y dócil, lo recogía desde el ocaso de las profundidades marinas, desde el sueño lo revelaba del subconsciente al consciente, la sirena, la Liwa mairin le reinventaba el tesoro de su pecho, lo recogía del silencio inerte cuando ya no tuvo aire y sus piernas y sus brazos cedían hacia la nada, sus fortísimos bíceps y todos sus músculos se encabritaron ante la zozobra que engendra el infinito, el asombro, a veces sentía el miedo en este ser del tiempo existencial. Había sentido que miles de espigas de acero incrustaban el alba viva de su cuerpo. En la oda del abismo escuchó su canto, ella con su candor y el arrullo de sus brazos le daba vida de instantes geológicos; pero, su cuerpo desfallecía hasta que perdió el conocimiento y entró a la antesala del no ser y de la nada, Heidegger afirmaba que de la Nada, Nada queremos saber.
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Niña afrodescendiente, rallando coco, Lagoon Pearls, RACCS.
Foto: Archivo URACCAN.