Literatura
La Sirena del Río Zapote
Narrativa de historia oral de Nueva Guinea
Richard Wilson1
Era la mañana del dos de noviembre, flores, ramos, coronas de rosas, cruces de cemento y de madera, muchas honras fúnebres iban y venían en codas las direcciones de la necrológica ciudad en miniatura, a la que se parece el cementerio municipal “La Gongolona”. Ese día nadie se olvidaba de sus muertos. Quienes yacen en las tumbas son tan buenos que todo el mundo les brinda su atención. Además, los muertos de este pueblo no son maldosos, no asustan a nadie. Ellos no salen, como otros muertos, a vagabundear por los caminos; y son tan discretos que nadie ha sabido de las infidelidades que se dan sobre sus tumbas. Ahí, en esa isla silenciosa, estaba Tío Santos desde muy temprano, como chavalo regañado, muy apupujado, sobre una bóveda gris. Tenía clavada la mirada en la nada cuando en eso se le acercó Domingo, su viejo y espontáneo amigo.
Pobrecito mi cuñado- murmuró Domingo mientras extendía su brazo sobre los hombros de su amigo-. Cuénteme cómo es esa cuestión y desahóguese de una vez. Para eso estamos los amigos, para consolarnos, contándonos las chochadas que nos carcomen por dentro.
Mire hombre- prosiguió Tío Sancos, rascándose la garganta internamente con una fuerce tos-, codo eso pasó cuando nosotros rompimos La Guinea, la fundamos allá por 1965. En ese tiempo, mi mujer y yo teníamos tres cipotes, de ellos Román era el mayorcito. El nos ayudaba en los quehaceres de la casa y a veces me lo llevaba al monte a carrilar la parcela que nos había dado el gobierno ... ¡Paredón, cuñado, como de setenta manzanas! ¡Viera! ¡Ahí sí que había cómo darse gusto! Había tanta madera como para unir el Atlántico con el Pacífico; animales de monee de coda las especies que quisiera; aves de codos los cantos y plumajes ... ¡Uuuuhhhh! Ni para ver ahora que ni siquiera se halla un palo para asar un elote. En ese tiempo era una belleza la montaña. ¡Qué va ser ahora, si codas están peladas! Vaya, asómese, codicicas están a ras del suelo. Los ríos están secos y en las plazuelas ya no hay grama ni para un cholenco. Los monees huyeron lejos desde que nos vieron. Y si no, mire mi parcela, aquella misma de allá por El Bochinche, camino al Verdún. En esos tiempos el camino a Verdún era una trocha endiablada de lodo, debajo de la montaña, cuñado. Eran unos fangales que usted viera. Hasta la rodilla se iba uno al andar. En el invierno eran unos lluviones de catorce meses. Todo el año y parte del siguiente, llovía sin parar. Ahora es nada. Ni llueve casi. Tan mal nos hemos portado los hombres con la montaña que hasta las lluvias se han alejado.
Tío Santos había perdido el hilo del relato de su hijo Román, pero al empinarse una botella de cususa que tenía, postrada al pie de la bóveda que le servía de asiento, automáticamente retomó el tema.
-La cosa, cuñado, es que un día le digo a la Lipa, mi mujer: Mira vieja, me voy a tempranear al monee, así que me mandas el almuerzo con Romántico cuando él venga de la escuela que le da don Miguel Torres (El reverendo Torres era el que administraba el proyecto agrario que nos había entregado parcelas a las primeras cien familias campesinas dispuestas a trabajar; él se preocupaba tanto por nosotros que hasta estaba enseñando a leer a los chavalos). “Bueno. Está bien”, me dijo la Lipa. Y todavía recuerdo que me advirtió: “Vos sabés que rengo miedo que un tigre, un danco o qué sé yo, vaya a fregar al muchacho, pero, de codos modos, te lo mando”. Como que presentía algo ella sobre el chigüincico.
Vea cómo son las cosas, amigó. Si uno fuera sajurín no le pasaría ninguna canteada. Pero, en fin ... qué le vamos a hacer. Si para llevar, aunque uno no cargue alforjas-. Tío Sancos se dispone a una pausa, se agacha, levanta la botella tapón de oloce con buen contenido de cususa, dispara eres escupitajos sobre la orilla de otra bóveda y dirige la mirada hacia Domingo.
bién era mujer. La gente comprendió lo que pasaba y comenzó la búsqueda por todos lados.
Desde siempre la gente de La Guinea ha sido hermanable, no deja perecer a un cristiano en la dificultad. En ese tiempo vivíamos todos como una sola familia. Lo que sucedía con uno lo sentíamos los demás. Hasta los animalitos de la casa se a Rigían o se alegraban, según lo que pasara en la comunidad. Y así, río arriba, río abajo, por la trocha, por los carriles, por la vera del río, ¡ufl Por todas partes se intensificó la búsqueda ... Al buen rato venía yo de la parcela, muerto de hambre y un poco amargado, porque no me habían llevado la comida. Ignoraba todo el suceso. Y me encuentro con el gran despelote. ¡Hijueputa! Qué pasaría aquí, pensé. En eso, ya de este lado del río, veo a la Lipa en los brazos de unas vecinas, toda perfumada con agua de florida. Me acerqué rápidamente y, mi suegra, que también ahí estaba, con esa contextura y lucidez que tuvo hasta el día de su muerte a pesar de sus cien años, me contó todo el asunto. Amigó, ni supe de cansancio ni de hambre. Desesperado y con el al a en la boca, inmediatamente me dediqué a buscar a Romancito. Éramos tremendo número de gente, unos en la vega del río, otros adentro sobre el lecho, en lo más hondo, en los matorrales ... a dónde no lo buscábamos. En ese tiempo ese río sí que era profundo, ni con qué compararlo ahora. Pero, bueno. Cuando ya casi anochecía hallamos a mi muchachito. El río se me lo había tragado. Estaba ahíto, ahíto, el pobrecito, con la timbita ralita de tanta agua, casi al estallar. Me dolía más allá del alma ver a mi criatura así. Lo encontramos como a ciento cincuenta varas río abajo de donde había caído. Bastante cerca del salto. Aquello fue terrible. Toda la comunidad lo lloró a mi muchachito.
Después que lo enterramos y todo, la Lipa y yo nos quedamos pensando cómo pudo ser aquello. Qué animal-mujer se lo habría llevado. A veces pensábamos que tal vez fue la misma muerte la que le salió en persona. Mi suegra decía que quizá fue la Vieja del Monte, esa que dicen que cuida la montaña, quien se lo llevó. En mi desesperación yo no hallaba ni qué imaginar y hasta me preguntaba: No sería que ese hijueputilla de Alfredo lo empujó ... Vea cuñado, uno se confunde y no halla a quién culpar. Las madres dicen que los hijos duelen cuando nacen, pero yo creo que duelen más cuando se nos mueren. Y ahí anda uno cargando el dolor para siempre.
Pero. .. ¿sabe?, últimamente hemos indagado algo muy feo. ¿Usted conoce a doña Agueda, verdad? La señora vende cususa de ahí por el puente del que le estoy contando. Hace un tiempo esa señora le dijo a la Lipa que en las noches de Semana Santa, se oye el canto de una mujer y una chifladera bien fea debajo del puente de tablones que hay ahora para atravesar el río. Es una cantadera que no se entiende, pero a cualquiera le pone los pelos de punta. Los chiflidos son tan agudos como de callejero enamorado. Esa doña dice que, desde cuando ella vive ahí, quizá hará cosa de unos veinte años, ha oído, año tras año, en Semana Santa, esa misma charrangachanga al filo de las noches. Es una samotana horrible. A partir de eso la Lipa me ha dicho: “No será que hay alguna sirena en ese río y sale a cantarle a los hombres a medianoche”. ¡Eh! ¿Sirena?. De dónde sacaría eso la Lipa, pensé yo. Qué va a existir un animal de esos en ese río ... Pero ya le digo, ella cree que tal vez esa bandida se nos llevó a Romancito. Quién sabe. Yo, hasta hoy, sigo confundido ... El poder de la perturbación parecía ganarle la partida a Tío Santos. Pero una pausa breve lo hizo recordar que siempre había sido estoico ante las adversidades. Y continuó:
-Sabe qué, cuñado, si es cierto que es una sirena la que hay ahí, yo considero que esa hijuela yuca es la que se ha llevado a todos los que se han ahogado en ese punto del río. Acuérdese cuánta gente ha muerto ahí. En ese puntito pereció Lupe Negro, Rafael Guardia, el ahijado de doña Blasina, cuatro jóvenes del servicio militar que para el tiempo de la guerra, bolos, se quisieron bañar y no volvieron vivos; no hace mucho se ahogó un hombre de Nuevo León ... ¡Chocho! Si la lista es larga. Un pencazo de gente se ha ahogado allí en ese lugarcito del río; sepa Dios qué misterio habrá en ese lugar ...
Domingo siguió literal y puntualmente todo el relato de Tío Santos. Estaba intrigado, pero rápido intervino.
Está chiva bañarse en ese puntito del río Zapote, cuñado. Se lo puede llevar en el saco esa sirena bandida, a uno-. Y para ayudarle a disimular las penas por el vástago perdido, clavó sus ojos en Tío Santos y sentenció-: ¡Cuñado, esa pendeja sirena, si es cierto que allí vive, lo que está buscando es que le pasen la cuenta! La vamos a tener que espiar para darle a probar moronas. Y me va a contar. Va a ver cómo evitamos, de una vez, que siga llevándose a los hombres que bajan al río.
A Tío Santos y a Domingo solamente les faltó lamer la botella de cususa. La tenían sequita. Ni el olor le habían dejado. Tenían sed. Por eso, se dispusieron a terminar de limpiar la tumba de Román. Colocaron una corona nueva sobre los brazos de una cruz amarilla sin percatarse que las letras rojo encendido que decían: Román A. O. 21-3-1956 - 23-4-1967 quedaron escondidas. Salieron del cementerio y se fueron a consumir más cususa en la cantina de “El Tope”. A esa hora poca gente quedaba en el camposanto cargándose de recuerdos para volver en doce meses. Los muertos volvían a quedar solos.
Ciento ochenta días más tarde, por la misma puerta del cementerio municipal, Tío Santos entró encerrado en un ataúd, sobre los hombros de sus amigos, para no salir jamás. Pocos años después, el pueblo tuvo más habitantes de lo esperado. Así, también el cementerio rebasó su capacidad y pronto hubo que arpillar a los muertos unos sobre otros. Con esto, quienes murieron primero quedaron debajo de los últimos. Hoy, varias cruces han desaparecido y no se sabe exactamente dónde están Romancito y Tío Santos.
ANSIENDAD
¡Oh Muerte! Eres tan bella
tan virginal y pura,
tu eres el pasaje hacia la vida eterna,
para muchos tu eres el terror,
para otros anhelo, para mi simplemente
quien me llevará al cielo.
¡Oh preciosa doncella! Sos semejante a Diana,
tu llevas en tu frente mil blancas guirnaldas,
tu traes ¡Oh muerte! el agua del olvido,
dame tan sólo un poco y llévame contigo.
¿Dónde está la vida que un día soñé?
¿Dónde está la paz que aquí no encontré?.
Noche oscura y fría, tráeme la muerte,
tráeme la dicha de subir al cielo
donde no hayan débiles, tampoco hayan fuertes,
simplemente exista paz y hermandad.
Carlos Álvarez Amador2
RECLAMANDO UN FUTURO
Voy recorriendo caminos, caminando sin parar;
conseguir algo en la vida será siempre ese mi afán,
no sé lo que pueda ser, tal vez una familia,
una serena ilusión, tal vez de Dios el perdón.
Buscando vamos hermano, adelante compañero,
tu conmigo yo contigo, el futuro conquistemos,
un futuro sin tropiezos, sin la piedra en vez del pan,
en vez de dulce miel.
Sin la voz prepotente del que humilla al humilde,
sino la suave voz, la palabra sensible,
donde el que muere pueda ya descansar en paz
y los que quedan sigan luchando en hermandad.
Carlos Álvarez Amador
MAESTRO, AMIGO, HERMANO
Veo tu abnegado esfuerzo
y me ha hecho reflexionar.
¿Por qué no escribirte versos,
si eres un ser ejemplar?.
No es ajeno ese tu empeño
de mantener la esperanza,
de formar un mundo nuevo.
¡Admirable es tu templanza!.
Con la savia que emanas
en tu sagrada enseñanza,
abres puertas y ventanas
hacia una nueva esperanza.
¿Quién si no tú, mentor,
doblegará tanto esfuerzo
y cubrirá el universo
de paciencia, cariño y amor?
Tú no esperas recompensa
y no pones condiciones,
estás lleno de paciencia
al formar generaciones.
Que la patria te premie,
que te ubique en su historia
y que las generaciones
te lleven en su memoria.
Tú que luchas sin descanso,
enfrentando a la ignorancia,
Dios te bendiga maestro,
Amigo hermano del alma.
Luis Alberto Jarquín Bracamonte3
PERDONALES SEÑOR. PERDONAME.
Entre tantas mentiras, tragedias y malas noticias, me detengo pensar.
¿Qué será de nosotros? Los pobres, los que injustamente pagamos los delitos de los de “cuello blanco”.
¿Qué ironía es la vida? Me pregunto a veces sin encontrar el por qué de esa ironía. Nuestros patriotas, nuestros paisanos hoy s mueren de hambre, reclamamos trabajo, justicia, mientras dos , tres sinvergüenzas montan su “teatrito” para tapar su incapacidad, bajo el telón de la ciega justicia.
Nos han robado, nos han quitado el pan de la boca, cual Pilatos, lava las manos, presumen su inocencia, nos llaman a marchar por su libertad, y unos pocos de mis compatriotas, mis paisanos, vamos a gritar, de eso me avergüenzo.
Me avergüenzan los que defienden a todo pulmón al ladrón de m pueblo, me avergüenza los que se aprovechan de la inocencia de mi gente para venderles imágenes pulcras de los ladrones que no tienen en hambre.
Pero después de todo perdónales Señor, a esos dos ó tres sinvergüenzas de allá arriba, a los cuarenta y cinco que se mofan d, nosotros los humildes, los páganos, para que nos representen y que lo hacen y les pagamos muy bien.
Señor, así como perdonaste al ladrón en la cruz, perdónales señor. A los cuarenta y siete que hoy pretenden ser héroes, sabiendo que también han robado, tal vez un poco menos, pero nos han robado Perdónales Señor.
A los veinte mil ó más que a pulmón partido gritaron, sin saber ni qué cosa, guiados por los apañadores, digamos sinvergüenzas Perdónales Señor.
A los confundidos, apegados fonéticamente a la imagen de un líder que cae lentamente, pero que aún así creen en su honestidad. A mí por juzgar, por pensar como pienso, por estas palabras que ofenderán a algunos, palabras sin sentido para otros. Te ruego ... me perdones, Señor.
Carlos Álvarez Amador 4
1 Estudiante de Ciencias Sociales URACCAN Nueva Guinea, Junio de 1994
2 Estudiante de la Carrera Ingeniería Agroforestal Recinto URACCAN-Nueva Guinea
3 Estudiante de Ciencias de la Educación con mención en Historia Recinto Nueva Guinea.
Poema ganador del concurso Nacional de Poesía
Realizado por el INATEC. junio/2002.
4 Egresado de la Carrera de Ingeniería Agroforestal
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